1 de febrero de 2015

MI QUERIDA




Fuimos novios.
Yo tenía once, él trece. Él de granitos, yo me salvé. Mínima y ya una charleta. Él altísimo y parco. Nuestro noviazgo consistía en ir de la mano al centro a tomar una coca de la mano y de la mano volver caminando para arrullarnos en la puerta de casa. Más prolongadísimas charlas telefónicas para leernos los poemas que concebíamos de a montón: los suyos de amor, los míos sobre la injusticia en general y la de mis padres y maestros en especial.
Pero un día, harta de sus mudeces, lo dejé.

No volví a verlo hasta el viernes pasado. Es biólogo marino y pronunció una conferencia en la universidad sobre un tema que es trabalenguas. Sentada en última fila, por si acaso. Sin embargo, cuando finiquitaron los aplausos me acerqué. Sonreímos, nos reímos de hecho. Y me abrazó. Sin disimulo. Con total delicadeza me abrazó y al oído me dijo: mi querida, mi muy querida, nunca entendiste que con mis versos trataba de decirte lo que era incapaz de verbalizar.
Usé como excusa que debía regresar al consultorio y salí, literalmente, corriendo. No llegué muy lejos. En el primer baño que encontré me escondí para llorar. Sin consuelo lloré.





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