6 de marzo de 2015

CADA MOMENTO





Mariela es hija de una prima que poco frecuento. Me sorprendió su llamado; adujo que quería hacerme una pregunta y la invité a almorzar cerca del consultorio.
Apenas nos sirvieron, aclaró que no debía comentarle nuestra charla a sus padres.  Tiene 17 años, la mayoría de sus amigas han comenzado la vida sexual y la empujan a que se decida, a que se líe con alguien, a que deje las excusas.
-¿Qué hago? Tengo miedo.
-¿Miedo a qué?
-No lo sé.
Tampoco sabía yo cómo aportar algo que fuera claro pero firme pero estimulante pero alertador. Y cero teorías o jerigonza, por favor.
Comencé por el placer, el deseo y el goce, deleite y arrebato, pasando por las imprevistas implicancias del dar/recibir. Salté enseguida a la libertad de decidir cuándo, cómo, con quién o dónde. Libertad de examinar, hurgar y bucear. Libertad de callar o clamar las fantasías. Libertad antes que nada de expresar un No de cualquier calibre en cada momento…
Y seguí así, consciente de lo mucho que faltaría detallar y ejemplificar, seguí aun sabiendo que es imposible siquiera esbozar lo que ella iba a vivir.
Antes de despedirnos pregunta cómo ha sido mi “primera vez” y doy una respuesta enmarañada poco creíble. Y parto, sintiendo no haberle sido útil y deplorando ese tonito alambicado que me conozco.

Casi dos meses después volvió a llamar.
-Hola...
-…hola, Mariela, qué lindo escucharte.
-Quería contarte que ya pasó. Me dio miedo y me dio vergüenza, me dio impresión y me dio por reírme como tonta. Y me dio sueño y me dio un poco de ganas de salir corriendo. Pero, sobre todo, me gustó. Y me sigue gustando. Te agradezco que me orientaras: sirvió mucho eso del No. Eso de que cuando digo No es No.




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