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Encuentro de compañeros de tercero de secundario. Se reúnen con asiduidad aunque recién ayer por primera vez acudí.
Nos vemos físicamente iguales, más iguales de lo
esperado: sólo cambiamos en otros rubros.
Renzo, muchacho de eterna última fila, ríspido y
enemigo de las tribus, se presenta sonreidor y atildado; ha convertido la
carnicería familiar en restaurante de moda, dichoso con sus mellizos. Leslie
dejó sus tics de muñeca inflable, escribe poesía. Montse logró al fin
desasirse de un entorno violento.
Lo llamativo es que cuando relaté mi vida actual,
todos –todos- se asombraron de que no fuese la bióloga marina que juraba que
iba a ser. Me suponían en mares quiméricos, lejos de lejos, de huracán a
vendaval. Deambuladora.
Enmudecí.
¿Cuándo yo dije que sería bióloga? Ni siquiera
recuerdo las fantasías que de seguro rodearon ese afán, ese anhelo.
Debería saber al menos en qué intersección tomé
este rumbo que tomé. Y cuándo.
Acaso algo me obligó u orilló, pero qué. Quién no
me detuvo y quién hubiera sido capaz de detenerme entonces.
Amo a mi marido a mis hijos a mi oficio: esa es
la que vengo siendo. Y me gusta. Sin embargo, es preciso que averigüe, ya, ya
mismo, dónde acampa esa bióloga marina, y cuáles mares no encaré ni encararé jamás.
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3 de mayo de 2015
DEAMBULAR
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Qué miedo hacerse esa preguntas. Yo al menos dejé de hacermelas desde que todavía era un chico. Un abrazo Marta. Gracias.
ResponderEliminarTienes razón,son preguntas que debería uno racionar. O darlas por obsoletas.
EliminarPero están allí.
Asaltan a la hora de los recuentos, las melancolías y algunas culpas.
Se niegan a callar cuando el futuro se agrisa o llegan los reproches (incluyendo los propios).
Supongo que hay que ejercitarse mucho para doblegarlas.
Un abrazo, y gracias por tus palabras.