Samy
ejerció como psicoanalista hasta que resuelve dedicarse exclusivamente a la
asistencia social. Luchadora como es, pasó de colaborar en ocasiones en un comedor para los sin techo a crear una ONG.
Preside la institución sin dejar
de ocuparse en forma directa de los más necesitados, sigue cumpliendo un turno de
fin de semana en el comedor comunitario de siempre.
Y
allí lo descubre. Allí, a la espera de recibir una comida caliente. Penúltimo en la
fila.
Ese
hombre desastrado y escuálido es Damián, su
Damián, el Damián de las adolescencias, el novio de su hermana mayor, el que
iba para ingeniero, el que vivía con la mamá en el mismo barrio, el que
tocaba la guitarra y contaba chistes, el altísimo, apuesto y sonreído que
alguna vez –soñaba Samy- se daría cuenta que era ella la novia que él se
merecía.
Damián,
su Damián, comiendo de caridad,
mirando sin ver. Querría preguntarle cómo y cuándo derrapó hasta convertirse
casi en un clochard con una frazada marchita en los hombros. Y, a la par, que
al fin le develase por qué entonces, de un día para otro dejó de
visitarlos y se mudó sin avisar -al menos sin avisarle a ella. No volvieron a saber de él. Ni a nombrarlo. Y ella dejó de extrañar.
Samy
reparte sopa y guiso y pan. Han llegado pocos esta vez y se acomodaron
dispersos.
Ella se le acerca y corrobora que sí, que sin duda es él, es Damián. Detenida a su lado, muy cerca -demasiado cerca quizá- y los demás alertas,
vigilantes, curioseando. Lo llama por su nombre y él no reacciona. Amaga con
rozarle una mano, y él la quita de inmediato.
Cuando al oído, le dice “soy
yo, soy Samy”, él sigue masticando, sin ver, sin verla.
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7 de julio de 2015
SIN VER, SIN VERLA
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quizás no s puede tocar ser penúltimos en la fila de la misericordia
ResponderEliminares una historia que me impactó.
Jaime, sí, da vahído pensar que uno podría verse a sí mismo convertido en la persona que jamás soñó ser e incluso se prometió que nunca sería.
EliminarA ese punto se llega despacio, dicen. Me temo que se puede llegar demasiado rápido.
Siempre me gustan tus historias, nos gustan a todos creo, tocan el punto de todos los sentimientos de los que somos capaces... Gracias Marta
ResponderEliminarAna, a mí me gusta saber que estás allí, recorriendo el blog, y dejando tus comentarios.
EliminarAlgunos lo llaman el espiral de rendimiento decreciente, otros simplemente lo llaman caer, derrapar, ir rumbo a la nada, ser nada. Damián llegó a necesitar la misericordia. Quizá eso lo rescate.