Fui a terapia, dijo, cuando no pude con el duelo.
Fui a pesar que nadie en el dolor sabe ayudar.
Fui porque en algún lugar
-pagando, no importa- te tienen que atajar, prestarte atención, fungir
de sacacorchos. Desde que mi mujer murió, ir a verla pasó a ser la única
actividad con horario fijo soportable.
La analista decía poco para mi gusto. Muda aunque llegaras vomitando,
pero cuando hablaba comprendías que valió la pena esperar, esperarla, y
deseabas que nunca terminase la sesión. Habría dado cualquier cosa con tal de
ovillarme en su regazo amatronado.
Incapaz de renunciar a tenerme lástima a mí mismo, permanecía en la
butaca, agarrotado hasta que la señora analista marcaba que era momento de
hablar.
No marcó, empujó.
-Siento rabia. Una rabia enorme... –repetí y repetí.
-Revisemos esa rabia.
¿Revisar? ¡Quién quería revisar! Esa mujer se volvió loca, loca del todo.
Ella aguijoneando para que desanude mi rabia, que la deshilache, justo
cuando me aferro al silencio para olvidar.
- No tengo palabras. Las palabras me salen como... cagarutos de oveja.
- Sin embargo, este es el momento de aprovechar el carácter fluvial de la
memoria. Para olvidar hay que recordar. No rehúya…
-…no rehúyo.
-Rehúye, créame -y me mandó a escribir una carta a mi mujer, a mi mujer
que acababa de morir. Otra locura.
La escribí. Comencé enumerando los presentes y ausentes en el velorio,
los que al menos dieron el pésame y los que se colaron en el sepelio. Y lo
que sucedió día con día a partir de allí. Dije el silencio. Dije el vacío. Y
que mi amor por ella persistía con el mismo furor que el duelo. La carta
resultó trágica, acre, tan circunspecta que ni yo mismo podía creerle. La leí
en voz alta, tiritando. Tras la cucha de mis perros la leí porque nadie en su
sano juicio lee en voz alta una carta para su mujer muerta.
Pasaron los años y Juan José me sigue contando la historia como si yo no fuera la analista que lo instó a escribir.
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11 de octubre de 2015
FUI A PESAR
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me impactó que lea la carta entre los perros, asi de solo se sentiria.
ResponderEliminarme impacto tambien que la siga amando con furor a pesar de que no le queda mas qeu llorarla.
una historia de tristezas.
Carlos, sí, así, entre los perros porque quizá es lo único que le queda de ella, del pasado en común, de los momentos que pasearon juntos, de cuándo los eligieron y cuántos los acariciaron. Tristezas, si. Y furor en el seguir extrañándola hasta la rabia...
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