Jaime, 52 años, el padre.
Diego, 17 años, el hijo.
Llegan a mi consultorio para
una primera entrevista. Diego no oculta que ha
venido a disgusto, removiéndose en una butaca: tan alto como el padre, pero muy
desgarbado. Es Jaime el que comienza:
-No sé por dónde empezar.
Quizá desde que Dieguito tenía cinco años y su madre se fue…
-…la echaste… –Diego acota.
-…después de una discusión
sin importancia, su madre aprovechó para irse tal como había
amenazado en varias ocasiones. Después…
-…después no dejaste que me
viera, le prohibiste que me viera.
- Primero ella no dijo dónde
estaba, y cuando la localicé le propuse, le pedí de hecho, que visitara a Dieguito, o que lo llevase a
pasear o a dormir o a lo que ella quisiera…
-…nunca me dejaste ir a su
casa…
-…no tenía un lugar propio, vivía
por temporadas en casa de amigos y más adelante con un novio, uno que se ponía como loco cuando el nene la llamaba –Jaime se dirige siempre a mí.
-Yo la quería como fuera, no
tenías que meterte…
- …a mí me tocó el papel de
cuidar, de poner límites. Ella ni siquiera quiso visitarlo cuando yo no estaba, y su familia se comportó
como si Diego y yo fuésemos culpables de algo. Pasó el tiempo y…
-…pasó el tiempo y ¿qué?...-Diego se encrespa.
-….pasó el tiempo, los años,
y recién cuando se enfermó buscó a nuestro hijo.
-Me llamó y resultó muy
difícil hablar con ella porque ya me habías inoculado el odio, ya me habías
puesto en contra de ella, y no quiero que vengas acá a hacerte el buenito ahora, ahora que todo pasó- Diego revolea el índice derecho.
-La madre de Diego –me aclara
el padre- falleció hace dos meses.
-¿Falleció? No “falleció”: se
dejó morir…
En ese momento todo se detuvo.
El aire, las afirmaciones, cualquier temblor.
Les miré a uno y
a otro y de una forma que dejase claro que no había apuro, ningún apuro.
Jaime se cubrió la boca con
un pañuelo.
Diego se acercó a la ventana, y dándonos la espalda, royendo palabras, al borde de lo inaudible dijo: se dejó morir y yo, tremendo hijoeputa,
no hice nada para evitarlo.
Foto: Rolf Rempel
Un relato muy actual... Lo promocioné por redes, querida Marta. Un beso
ResponderEliminarMI querida, muchas gracias.
ResponderEliminarSiempre tenerte de lectora es un lujo. Tanto como conocer tu obra de escritora. Un abrazo!