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Todavía los leños en la chimenea crujen. El fuego, pensó, no es más que
reaparición del sol tras sinuoso recorrido.
También pensó que ya, que era el
momento de irse, cerrar esa casa que fuera una casa colmada de risa,
susurros, siestas en lazada y amarre, amigos repantigados en sillones,
helecho.
Sin embargo.
En algún momento, cuál, cuál, algo se craqueló, se agrietó hasta rasgar,
rasgarse, y ya no hubo más que palabras que nunca debieron decirse que
aludían a sentimientos impensados e imprudentes.
Separarse.
Repartir lo elegido con afán para disfrute en común, amén de lo que el
empeño de amar y ser amado indicase guardar e incluso esconder. Dividir.
Desmembrar. Y al punto salir en busca de un lugar para vivir. Vivir qué,
querría saber y no sabe.
Las llaves al vecino. La luz se ha cortado y el gas y el agua. Dejar en la vereda una caja repleta de cuestiones convertidas en chatarra.
Andando, que el sol todavía no es
fuego.
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25 de junio de 2016
CHATARRA
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Excelente. Me dolió como me dolió en su momento haberlo vivido. Ahora es chatarra de la memoria. Gracias, Anibal.
ResponderEliminarAníbal, la separación sea cual fuere, quien la haya propiciado, trae un dolor, un desgarro, y ese vacío que la memoria lucha por vaciar más y más. Y allí va quedando, fuera, lejos, restos que ya son parte de uno y con los que se va viviendo.
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