29 de enero de 2017

DE PASO




Estaba de paso. Pasaron juntos tres días dos noches sin sosegarse, sin mirar afuera. No tenían siquiera veinte años.
Le contó que era holandés, que había nacido en Volendam, un pueblo pesquero a orillas del lago Ijssel. Le mostró una foto del portón amarillo de su casa, de su perro salchicha. Le dictó el nombre de pila y apellido y cómo se pronunciaban, a más del número telefónico. Partió.
Decidió ir a buscarlo, sin avisar.
Inventó una excusa y la abuela financió el viaje. Llegó al pueblo. El número telefónico que portaba no existía. Seguramente anoté mal, se dijo. Buscó en la alcaldía. Buscó puertas amarillas. Y hasta perros salchichas buscó. Finalmente se lanza a deambular por el amarradero, en la peatonal, a la espera de que un milagro la alcance.
Desde el primer día supo que tendría que estar alerta a los días que arribarían para que no se le cayeran encima. Trabajó de lavaplatos, de cuida viejos, de moza. Así, aunque nunca lo encontró, se fue quedando. Aprendió el holandés, estudió Biología, da clases en la Universidad.

25 años después está de paso y me consulta.
“Imagínese: al principio era tanta la soledad que no cabría en la palabra soledad.
De a poco acopié amigos que son familia. Me casé y me divorcié de un pakistaní. No tuve hijos. Ahora estoy en pareja con un holandés que me quiere como no soy capaz de quererlo.
Vine a desarmar la casa de mis padres. Y mientras amontonaba y almacenaba me di cuenta -no quiero sonar patética – que emigré hacia mí misma a pesar de ir tan lejos. También me di cuenta que acá, de donde zarpé, había permanecido algo que solo yo podría recuperar.
Tengo miedo de quedarme. 
Tengo miedo de irme.
Ya no soy de aquí. Tampoco nunca fui de ahí.
Me he tomado este tiempo para pensar. Para sentir. Para escuchar qué me aconsejan.
Por cierto: ¿usted, qué me aconseja?”






1 comentario:

  1. Marta: mehice esa pregunta porque voy y vengo muchas veces. Podrías contestarla? Estoy en Madrid ahora pero ya me tengo que ir. Un beso, Mercedes.

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