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La
empujaron. Cayó para atrás. Le robaron la mochila. Desde ese momento Tiny emprendió una nueva vida.
Ruido
metálico. Y metálico el hedor. Abrió los ojos. Mantuvo los ojos abiertos y
recién después de… ¿diez segundos, media hora, tres días?... su madre se dio
cuenta y se abalanzó sobre ella y le contó dónde se encontraba y desde cuándo
. He ahí a su padre, lento, como extraviado.
No
podría Tiny indicar si rompe el día
allí afuera. Ni cómo es estar despierta cómo dormida. Transcurren… ¿toda una
tarde, un par de semanas, casi un mes?… y aún permanecen esas intransigentes nieblas
en el techo.
Tras
medio año le dieron el alta.
Del
living ya han quitado el mobiliario para dar espacio a esa, su cama especial,
más la silla de ruedas más un sofá para el que la acompaña cada noche, cada
noche.
Doctores
escurridizos no aluden al futuro. A veces Tiny parece sonreír. A veces dice
algo que en un tiempo que ya nadie computa lograrán escuchar.
Visité a
la familia. Conozco a Tiny desde que iba al kínder. Me acerqué y le besé la
mano y le susurré qué importa qué. Tampoco importa si me reconoció.
En el
pequeño patio, a la altura de los naranjos, hicimos un aparte con su padre.
Me atreví a preguntarle.
-¿Cómo
estoy yo?
-Sí,
cómo estas…
-Pues
veras, amiga mía, estoy en un dilema. Imaginate: a veces espero localizar a
esos dos tipos que le robaron a mi hija sus chucherías, y con un bate de
béisbol romperles todos los huesos. Pero… resulta que estoy en contra de que
se haga justicia por mano propia. Y en otro momento quisiera que la policía
los encuentre y que un jurado los sentencie a la silla eléctrica. Pero…
sucede que estoy en contra de la pena de muerte. Me preguntas cómo estoy: ya
ves: estoy inmerso en un verdadero dilema.
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12 de febrero de 2017
DILEMA
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