12 de febrero de 2017

DILEMA




La empujaron. Cayó para atrás. Le robaron la mochila. Desde ese momento Tiny emprendió una nueva vida.


Ruido metálico. Y metálico el hedor. Abrió los ojos. Mantuvo los ojos abiertos y recién después de… ¿diez segundos, media hora, tres días?... su madre se dio cuenta y se abalanzó sobre ella y le contó dónde se encontraba y desde cuándo . He ahí a su padre, lento, como extraviado.
No podría Tiny indicar si   rompe el día allí afuera. Ni cómo es estar despierta cómo dormida. Transcurren… ¿toda una tarde, un par de semanas, casi un mes?… y aún permanecen esas intransigentes nieblas en el techo.
Tras medio año le dieron el alta.
Del living ya han quitado el mobiliario para dar espacio a esa, su cama especial, más la silla de ruedas más un sofá para el que la acompaña cada noche, cada noche.
Doctores escurridizos no aluden al futuro. A veces Tiny parece sonreír. A veces dice algo que en un tiempo que ya nadie computa lograrán escuchar.


Visité a la familia. Conozco a Tiny desde que iba al kínder. Me acerqué y le besé la mano y le susurré qué importa qué. Tampoco importa si me reconoció.
En el pequeño patio, a la altura de los naranjos, hicimos un aparte con su padre. Me atreví a preguntarle.
-¿Cómo estoy yo?  
-Sí, cómo estas…
-Pues veras, amiga mía, estoy en un dilema. Imaginate: a veces espero localizar a esos dos tipos que le robaron a mi hija sus chucherías, y con un bate de béisbol romperles todos los huesos. Pero… resulta que estoy en contra de que se haga justicia por mano propia. Y en otro momento quisiera que la policía los encuentre y que un jurado los sentencie a la silla eléctrica. Pero… sucede que estoy en contra de la pena de muerte. Me preguntas cómo estoy: ya ves: estoy inmerso en un verdadero dilema.




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