Acude a la sesión puntualísima, que no suele. Judith se
sentó frente a mí con las piernas recogidas contra el pecho y esbozó una
sonrisa plena, bruñida.
Hoy tengo mucho para contarle, le ruego que no me
interrumpa –Judith advierte- porque sucedió. Hablé. Le hablé justo cuando se
cumplían los 11 meses y 13 días que se mudó al edificio de enfrente.
Desde un tercer piso como el mío pude verlo cada día en
su departamentito más abajo sin persianas sin cortinas; junto a la ventana le llegan palabras empujándose, aguijoneándose, para esos versos que desearíamos
usted y yo que nos sujetasen. En cuanto el crepúsculo prende una lucecita
absurda, estruja y tira papeles.
Los domingos baja a desayunar a la esquina, muy
temprano, cuando la gente todavía sonambulea. Desde mi balcón lo imagino en
la mesita del fondo junto al mostrador, revisando en parsimonia los diarios,
poeta sigiloso azorado ante el dolor del mundo.
Este domingo bajé yo también.
Me puse mi saquito naranja y zapatos puntera de tachas.
De ojo pintado bajé. En el barcito me acodé en la barra a charlar con el
cajero que me conoce desde chica. Vigilé el reloj tramo a tramo de su
minutero. Arribó al fin y se ubicó tan cerca de mí que no pude sino
saludarlo. Me respondió con deferencia con esa su voz de trovador. Yo: muda.
Y cuando terminó de tintinear su tacita de café, él, el que las poesías desgrana,
me dijo te conozco, eres la del balcón amalvonado.
Él reconociéndome y yo sin confirmar que era la que
era.
Él asegurando que le gusta verme poniendo al resguardo
mis prímulas cuando la lluvia cuando el viento, y yo tiemble y tiemble.
Le ofrezco la caja de pañuelos a Judith que llora sin
prisa. No es tristeza.
Si bien el poeta poeta no era, y si bien ella no le
confesó que vivía para contemplarlo y para quererlo, desayunaron juntos y la
plática continuó en las veredas y en los senderos y en ese parque en que las
hamacas, y fueron develando el uno al otro todas y cada una de aquellas
cuestiones que los hicieron ser los que venían siendo.
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15 de abril de 2017
ENFRENTE
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