… y entonces, cuando parecía que el mundo a detenerse
marchaba, contestó el teléfono.
Era ella.
Era ella como siempre adulzada en su voz mariposa y
esas frases que enhebra con entredós y cairel. Y lo que desliza llega como si
la travesía que atravesé no nos hubiese separado, y yo perseverara sus regazos
tal como solía cuando me dejaban por períodos indeterminados a su cuidado.
Y me cuidaba.
Cuentos, antes de la noche y en la noche misma si la
oscuridad (me) urgía; mano en sus manos si la fiebre y el doctor jarabeaba.
Me bañó con palangana y cuando el colegió me atormentó me arrebujó en tanto ella
tarareaba esas canciones de mi infancia sin amigos de la infancia.
Yo era su nieto favorito, decía.
Y lo decía a pesar de que era el único nieto.
Y lo decía sabiendo que mi madre –su única hija- no
regresó de la estrella a la que hubo de partir. Y yo, que supe lo que
cualquiera en mi situación habría sabido sobre la estrella donde habitan las
madres que no han de volver, me comporté como ese favorito camino a ser el
hombre de ala extendida que esperaban.
Vivo lejos.
Y lejos de ella.
La cuidan y la alimentan. Sus días transitan. Sé que comprende si no puedo regresar cuando cuestiones
inverosímiles e imposibles me instalan justo en este lugar de todos y tantos lugares posibles.
|
31 de marzo de 2017
FAVORITO
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario