El mensaje llegó a las 6.10 am. No queda otra que
levantarse. Bufando se duchó y robotizado se afeitó a pesar que venía
prometiéndose una barba a la moda. Mientras manejaba repasó la agenda del
día: qué incordio: a la noche fiesta de cumpleaños incancelable.
Mientras se cambia, la partera lo pone al tanto y la
jefa de enfermeras atruena.
Su paciente, muy joven, primípara y sin
acompañante,flamea. Él se acerca, toma la mano helada de la chica entre las
suyas y pasa a explicarle, pausado, en murmullo, lo que está por suceder, lo
que juntos van a hacer.
Ya en sala de partos, la música que requiere: un Satie
grácil, ciertos nocturnos que Chopin prodigara. Exige sigilo, modales,
atención a la parturienta más allá de toda excusa. No permite el ingreso de
familiares -a la hora de parir, sostiene, toda mujer está profundamente sola,
y así ha de ser-. Tampoco permite a residentes que, estoicos en quirófano,en sala de partos
reculan.
Llegado el momento, en el acmé del alumbrar, cuando la
mujer se siente partir en gajos, él le dicta mírame, mírame y no dejes de
mirarme.
Ella lo mira y mira.
Y es entonces que él le dice despliega el velamen de tu
audacia y permite que la criatura comparezca.
La beba duerme en la pecho desnudo de la madre. Ya
mamó.
Él, antes de pasar a la próxima paciente, whatsappea a
la florería: manden un ramo de rosas, pero que no sean rojas porque es mi tía
la que cumple años
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foto: Rolf Rempel
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