Coincidí allá y entonces con Anita en el Departamento de Psiquiatría de un hospital precario. Anita al frente del equipo, con una abnegación a prueba de la indiferencia y abandono de las autoridades. No fuimos amigas; en alguna ocasión habremos conversado sobre cuestiones nunca muy personales.
Nos cruzamos ayer en un hipermercado y quise escabullirme porque yo iba acompañada. Sin embargo, ella me tomó del brazo rogándome que la escuchase. Mi marido se apartó y prometí verlo en la sección perfumería a los quince minutos. Los quince se hicieron cuarenta.
-Perdí a Sam –Anita pucherea.
-¿Tu pareja? -tanteo.
-Mejor que eso: un compañero de la vida...
-...cuánto lo siento, querida. Y cuándo...
-...desapareció.
Asumo que esa mujer se resistirá a soltarme. Deambulamos. A la altura de las escaleras mecánicas comienza a llora, a gemir con aspavientos, a pesar de la gente observándola sin tapujos. Atino acariciarle el antebrazo con un qué tremendo, qué tremendo, mientras ella insinúa que desearía concertar un par de sesiones conmigo.
Sam despareció en un viaje de fin de semana. Anita lo hubo reservado, como suele, con excesiva anticipación; revisó todos los hoteles aptos, riada de presupuestos; cada opción puesta a consideración de él aunque él vaya adonde lo lleven.
Anita cree que cuando su Sam mira al cielo arriban las estrellas, más aún sin son fugaces. Ama a Sam: un guardián y un amigo. Leal y amante de largos paseos en coche con ventanilla abierta y orejas flameantes. Ni un ladrido en noches que apremia el sueño, cero queja cuando Anita corre hacia el hospital. Pero en la playa de ese fin de semana, Sam desaparece y ella juraría que lo raptaron.
Se fue calmando Anita no bien encontré en el hiper un rincón para escudarnos. Discurrimos sobre la posibilidad de que Sam escogiera las dunas y en las dunas explayarse y explayarse de forma tal que nadie lo encontrara. Así rozamos la cuestión de la potestad, el albedrío, las relaciones que algún día pueden o deben concluir.
Por último le sugerí que quizás, quizás dije, sería adecuado consultar a un colega -al que no conozca previamente- para elaborar la hilada de duelos que viene acarreando.
Antes de irse Anita recitó que nuestros trigos y los trigos de nuestros enemigos no conozcan los malos inviernos. Así es ella. Habrá otro Sam en su vida, estoy segura. U otros amores, quién sabe.
Impresionante historia. Muchas gracias. Necesitamos esperanzas este año también.
ResponderEliminarSoy yo la que agradece.
EliminarSí, este año que viene viniendo, con el 13 en bandolera que -dicen- es número de la suerte, debe traernos finales felices. O esperanzas de que acaecerán.
Nos lo merecemos!
Un buen relato, ágil y divertido.
ResponderEliminarMe di cuenta que se trataba del can de Anita -enseguida. Quizás, porque -por encima de todos los amigos y/o compañeros bípedos-, sin lugar a dudas, él siempre será el más leal: el mejor.
Un beso y FELICES FIESTAS
PD. Te invito a que leas mi cuento navideño. Gracias.
http://annagenoves2012.blogspot.com.es/2012/12/bloody-christmas.html
Muchas gracias por tu lectura. Y por tu invitación.
EliminarLos bípedos implumes que somos podemos ser muy compañeros muy amigables muy amorosos. No siempre queremos. Tampoco siempre podemos.
No he sido "perruna", pero sé que hay lealtades que van más allá de los acuerdos humanos.