Su madre, Rebe, y su padre Francisco eran una de esas parejas de toda la
vida, que se casan no bien terminan la secundaria y se dedican a sus dos
hijas con pasión. A principios del año pasado a Rebe le diagnosticaron cáncer
de colon; Francisco la acompañó, la contuvo, impidió que otros se ocuparan y menos
que les tuvieran lástima. Sin embargo la metástasis no dio tregua.
Cuando se acercaba el final Nuria me consultó por primera vez. Tuvimos un
par de entrevistas y concluimos que lo mejor para ella sería integrarse a un
grupo de familiares de enfermos terminales. Cada tanto enviaba un mail
narrándome el estado de su madre, y su progresiva desazón.
El lunes volvimos a vernos. Nuria supuso que iba a poder pero no estaba
pudiendo.
A la semana –contó
Nuria sin darse un respiro- del entierro,
el viejo me llamó para que fuese a recoger las cosas de mami que yo quisiera (¡a
la semana!) y donó el resto. Diez días después se compró un microondas. Al
mes cambió el sofá de siempre y él mismo pintó el dormitorio. A los dos meses
quitó los rosales para ampliar la entrada del garaje instaló unas sillas de jardín desproporcionadas
además de un toldo inne-cesario. A los cuatro meses nos presentó a su novia
que, según él, acaba de conocer. Nadie le creía y nos juró. Tomé distancia,
apenas le telefonee y solo para resolver cuestiones con- cretas, decidida a no
enterarme; el viejo igual, cada tanto, dejaba caer un comentario: que
“ahora” su mermelada favorita era casera, que al fin tenía vacaciones “como
se debe”, que “a pedido” se dejó crecer el cabello y usaría colita. Patético.
Dios mío, tan patético…
En este punto del relato Nuria se acurrucó en el sillón. No llora. Esconde
la cara entre sus manos y sacude con vehemencia la cabeza, ora por sí ora por
no. Callada. De golpe, saca un pañuelo níveo de su cartera y pasa a estrujarlo
de tal forma que lo deshilacha.
Permanecí atenta, conmovida. Ni una, ni una palabra cabía en ese momento.
Y de golpe, sin anuncio, sin mirarme, Nuria se puso pie, y agitando los brazos y a viva voz dijo está bien, no me meto: es más: lo perdono.
foto:Genoveva Ayala |
1 de noviembre de 2013
A VIVA VOZ
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