1 de noviembre de 2013

A VIVA VOZ






















Nuria supuso entonces que iba a poder pero no podía.
Su madre, Rebe, y su padre Francisco eran una de esas parejas de toda la vida, que se casan no bien terminan la secundaria y se dedican a sus dos hijas con pasión. A principios del año pasado a Rebe le diagnosticaron cáncer de colon; Francisco la acompañó, la contuvo, impidió que otros se ocuparan y menos que les tuvieran lástima. Sin embargo la metástasis no dio tregua.
Cuando se acercaba el final Nuria me consultó por primera vez. Tuvimos un par de entrevistas y concluimos que lo mejor para ella sería integrarse a un grupo de familiares de enfermos terminales. Cada tanto enviaba un mail narrándome el estado de su madre, y su progresiva desazón.

El lunes volvimos a vernos. Nuria supuso que iba a poder pero no estaba pudiendo.
A la semana –contó Nuria sin darse un respiro- del entierro, el viejo me llamó para que fuese a recoger las cosas de mami que yo quisiera (¡a la semana!) y donó el resto. Diez días después se compró un microondas. Al mes cambió el sofá de siempre y él mismo pintó el dormitorio. A los dos meses quitó los rosales para ampliar la entrada del garaje instaló unas sillas de jardín desproporcionadas además de un toldo inne-cesario. A los cuatro meses nos presentó a su novia que, según él, acaba de conocer. Nadie le creía y nos juró. Tomé distancia, apenas le telefonee y solo para resolver cuestiones con- cretas, decidida a no enterarme; el viejo igual, cada tanto, dejaba caer un comentario: que “ahora” su mermelada favorita era casera, que al fin tenía vacaciones “como se debe”, que “a pedido” se dejó crecer el cabello y usaría colita. Patético. Dios mío, tan patético…

En este punto del relato Nuria se acurrucó en el sillón. No llora. Esconde la cara entre sus manos y sacude con vehemencia la cabeza, ora por sí ora por no. Callada. De golpe, saca un pañuelo níveo de su cartera y pasa a estrujarlo de tal forma que lo deshilacha.
Permanecí atenta, conmovida. Ni una, ni una  palabra cabía en ese momento.
Y de golpe, sin anuncio, sin mirarme, Nuria se puso pie, y agitando los brazos y a viva voz dijo está bien, no me meto: es más: lo perdono.


foto:Genoveva Ayala



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