Me topé con Susky en un congreso psi. (admiraba su estilo directísimo y le derivé hace años dos pacientes). Nos sentamos en la cafetería plástica y tras ponerlo al tanto sobre mi vida profesional sin aliño, él refuta argumentos que no esgrimí.
Las mujeres, dijo, nunca terminan de quejarse; les cuesta concebir que nuestra capacidad para dar vuelta la página es la única estrategia que faculta sobrevivir en circunstancias límite. Los hombres vivimos en constante situación límite; se nos exige vivir así, ser así.
Rehenes de su identidad. Jamás por haber nacido hombres sino por lo que acometieron libre y soberanamente, arracimados en gloriosa pero cruel mazmorra. Hasta colegas y congéneres lúcidos –subrayó- blanden la pirotecnia verbal sin dar cuenta del aquelarre que portan en sus cabecitas de macho...
Susky tomó aire.
A renglón seguido, sacarina demasiado un té con
leche mientras rastrea la foto de su hija en el celular. He ahí otra
–fofeta, trompita- exigente. Se cree sólo acreedora; en momentos y escenarios
difíciles se le procuró lo mejor o al menos lo posible. ¿Es suficiente? No.
Ella igual remacha, reclama, recrimina.
Ahora bien, Susky aclaró, la que presta oídos, cala y banca es una compañera
de yoga: cándida amistad que permite fidelidad a su esposa a la que jamás le sería
infiel. Confidencias entre asana y asana. La pongo al tanto de la simple prístina
verdad, quitándome capa tras capa hasta el carozo.
Le contó que vive en un barrio arramblador. Que su ropa
al borde de lo impresentable es síntoma y emblema. Que atesora objetos
inútiles cual si fueren herencias recibidas. Que se avergüenza de haber
recitado a Lacan con cualquier excusa. Que cuida a otros aunque ese estricto,
riguroso compromiso lo obligue a ocultarse a sí mismo. ¿Cuánta verdad queda?
Reconocerse harto, por ejemplo. Admitir que no soporta su propia cobardía. Que
cuando ardían las Torres Gemelas envidió a los bultos desplomándose desde
las alturas porque a ellos algo perentorio les obligaba a dar por terminada...
Me miró Susky. Fijo. Aguarda mi reacción. Pero
antes que yo encontrase palabra justa, espetó: la verdad es la verdad. Exactamente dijo: la
verdad es la verdad y muy otra cosa la realidad por fantasiosa que sea.
Como hombre me reconozco en este cuento, la exijencia nos tiene agarrados por el cogote y siendo mujer lo contaste muy bien.Muchas gracias.
ResponderEliminarC. R.
Las mujeres dicen que los hombres dan demasiado rápido vuelta la página: algo así como una forma de desmemoria instantánea. Envidiable, según las circunstancias.
ResponderEliminarY los hombres dicen que están compelidos a hacerlo. Allí entramos en campos discutibles.
Por suerte la ficción permite explayarse en lo que una no está muy segura. O de acuerdo.