Nada de ubicarse en el lugar habitual. Permanece Elba de pie frente al ventanal; luz de media tarde hendiendo su melena. Muda. Tras largos minutos gira y grita: todo es una porquería.
Por el gesto y el recorrido de su mirada, con ese todo Elba alude al consultorio, a mi persona y a cualquier interpretación que me atreviese a emitir esta vez.
Sé que en la sesión anterior fui extrema. Dura con ella. Incisiva. Elba había relatado como al pasar, traspapelado en el tirabuzón de quejas, que se vio en la obligación (obligación: textual) de pegarle a su hijo de once años al que considera un montaraz por culpa de su ex marido/padre del chico.
Detesto la violencia y cada una de sus excusas.
Al castigo corporal “pedagógico” lo considero abominable y declino discurrir sobre su inutilidad.
Pero con Elba –sabiendo como sé dónde creció, cuánto luchó por salir y dejar de ser la hija huérfana de una madre viva -reaccioné de forma inadmisible. No debí llegar a. Ni mostrarle que. Era mi obligación mantenerme en.
Elba al fin decide sentarse. Tenemos por delante cuarenta minutos y podrá reprocharme, exigir disculpas, vociferar. Sin embargo, cuando se instala en el lugar habitual, de brazos tensos y cruzados, deja correr la congoja bajando la voz, cuasi inaudible.
Le odio, dice. Le odio desde el principio, repica. A él odio más que a nadie. A él que me hizo sentir descartable y me descartó.
Odio también a mi hijo por estar siempre disponible a aplacar mi ira en vez de rebelarse.
Odio mi impiedad y a los que la dejan pasar.
Y la odio a usted porque en la última sesión llegó a detener la furia, el despecho, privándome hasta de la fantasía de venganza. Pretendió arrebatarme la violencia. ¿Y sin la violencia, dígame, sin la violencia quién resulta que seré?
Foto: Rolf Rempel
Marta: la historia me impactó y me hizo recordar cosas que hubiera querido olvidar. Golpes y las palabra que acompañan los golpes. Uno era chico pero no lo olvida.
ResponderEliminarTe felicito. Y gracias.
Osvaldo
Muchas gracias, Osvaldo.
ResponderEliminarNo, no se olvida.
Definitivamente no debe olvidarse a la hora de preservar a los hijos.
El personaje de la madre fue violentada. Pero se "olvidó" y violenta.
La analista también fue violenta aunque haya servido para horadar ese "olvido". Y se excusa.
Queda planteada la cuestión sobre quién somos con/sin la violencia. Por lo pronto, también yo detesto las excusas de los violentos.