En el balcón me desperezo tras la jornada de consulta; un par de
palomas cucurruquean en la balaustrada. Las acompaño.
Perdí la cuenta de los dolores que deambularon hoy por mi
consultorio a más de titubeos, abjuraciones y promesas incumplibles.
Me encantaría irme ya a cenar y reírme con las anécdotas de mis
hijos, pero prometí visitar a mi prima Renata. Hubo novedades.
Renata es cardiocirujana. Hace pocos meses cambió de equipo: la
contrataron en el instituto cardiológico de sus sueños, propiedad de quien
fuera su mentor, y con honorarios acordes a su trayectoria.
Solo un fin de semana al mes cumple con una guardia pasiva desde
donde sea fácil e inmediatamente ubicable, para apoyar al personal menos
experimentado.
El último sábado citó a domicilio a la manicura/pedicura, y
mientras ésta le pinta las uñas de la mano izquierda, mi prima recibe un
llamado desde el instituto. Se trataba de convencer a un paciente internado de
que no se retirase contra opinión médica. Renata -hunde los pies en la
palangana de agua tibia, sopla el esmalte fresco- propone al joven colega
telefonearle en unos segundos para entonces acordar una estrategia.
Se le pasó.
Se distrajo.
No llamó.
El paciente exige y logra el alta –la familia lo aúpa. A filo del mediodía se externa y al crepúsculo del domingo fallece en una ambulancia.
Mi prima dejó de dormir de comer de hablar. Nunca logró elucidar
en cuál momento se le pasó. Cómo se distrajo. Por qué no llamó.
Fui a visitarla. Conocía los hechos. Sin embargo, esta vez
noticias sanadoras me esperaban: ayer recién le notificaron que su jefe en
persona autorizó el alta de aquel paciente. Olvidaron aclararle ese detalle.
Magnífico y estremecedor relato donde nadie es culpable... Humanos que erramos y situaciones dispersas.
ResponderEliminarA tener en cuenta que èl enfermo pidio èl alta: quizás fueron los últimos momentos de felicidad en Su vida.
Me alegra la ediccion de tú nueva novela. Un beso amiga.
Ann@
PD. A vet si tienes unos minutos y lees mi último relato -erótico- te gustará. Se admiten pita, Je, Je, Je... Thanks
Querida Anna:
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
En efecto, no hay culpables. Habría responsables y el serlo era suficiente motivo para -al menos- perder sueño y hambre. La ficción ayuda que a pesar de toda nuestro personaje salga airosa.
Que los últimos momentos del paciente fuera de la clínica resultasen de felicidad, es algo que ni la autora de la historia habría imaginado. Excelente salida para el dolor.