2 de agosto de 2012

ELEGIR


  

Me complazco en compartir tramos de esta carta. La dejaron en la portería del consultorio, junto con un cheque, en un sobre sin remitente. En cuanto lo abrí supe, claro, quién la envió.

    “Estimada Marta: no he de volver. Saldo con el cheque la única sesión que tuvimos. Tenía mis prevenciones contra el psicoanálisis y se lo expresé. Quizás sea injusta con usted pero siempre he creído que los analistas hablan cual si la verdad no fuese por definición penúltima y contingente... Arrebujados en sus sabidurías, ya no miran más allá de los barrotes. Y allá está la vida y sus habitantes, algunos consultando como pareja en crisis.
No es crisis, le aseguro, sino impudicia de un señor que simula estar confundido cuando es simple deleite por tener dos mujeres -la Otra y la esposa- expectantes y anhelantes de ser la elegida...
Él eligiendo. El que jamás fue elegido: ni por su madre, ni por su padre, ni por sus condiscípulos. Y ahora que es pelado y engrosó su cintura ambiciona elegir antes de ser invisible para el deseo femenino.
Yo esperé que usted denunciara el juego, arrancase esa careta compungida... pero tras un par de preguntas dejó que nos despacháramos y cuando llegó el final hizo apenas un brevísimo resumen invitándonos a regresar a la semana.
No vendré, ya lo dije. Porque por alguna razón -quizás el clima del consultorio o por su atención planeando sobre nosotros- yo (me) oí decir otra cosa. Distinta de las agotadoras charlas previas con él... Y mientras se acercaba la próxima entrevista, esa otra cosa trocó en una decisión que ojalá, al contrario de la verdad, sea definitiva.
Me bajo del concurso. No me interesa ser Miss La Elegida. Merezco algo mejor.”

Es parte de la carta. El resto pertenece a la intimidad de esa mujer valerosa que en cuanto la conocí me demostró ser. Ella tan sólo necesitaba escucharse y dejar de escuchar exclusivamente al otro.
  


2 comentarios:

  1. Todo bien, Marta. Pero esa idea de "allá está la vida y sus habitantes" es un lugar demasiado común de quienes combaten el psicoanálisis oponiéndolo a la vida y sus habitantes.
    Un saludo,
    L.

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  2. Luis: en efecto, el personaje esgrime un argumento remanido.
    Cuando comencé a atender mis primeros pacientes, estuve a punto de desarrollar una antena para sus lugares comunes.
    Por fortuna, de inmediato vi -como paciente yo misma- mi necesidad de usar lugares comunes para lo que no podía aún o no lograría nunca decir. Y que quizás jamás encontraría palabras mejores para hacerlo.
    Ese reconocimiento me vacunó contra la fobia a los lugares comunes, incluyendo los literarios.

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