Me complazco en
compartir tramos de esta carta. La dejaron en la portería del consultorio,
junto con un cheque, en un sobre sin remitente. En cuanto lo abrí supe, claro,
quién la envió.
“Estimada
Marta: no he de volver. Saldo con el cheque la única sesión que tuvimos. Tenía
mis prevenciones contra el psicoanálisis y se lo expresé. Quizás sea injusta
con usted pero siempre he creído que los analistas hablan
cual si la verdad no fuese por definición penúltima y contingente... Arrebujados en sus sabidurías, ya no miran más allá de los barrotes. Y
allá está la vida y sus habitantes, algunos consultando como pareja en crisis.
No es crisis, le
aseguro, sino impudicia de un señor que simula estar confundido cuando es simple
deleite por tener dos mujeres -la Otra y la esposa- expectantes y anhelantes de
ser la elegida...
Él eligiendo. El
que jamás fue elegido: ni por su madre, ni por su padre, ni por sus
condiscípulos. Y ahora que es pelado y engrosó su cintura ambiciona elegir
antes de ser invisible para el deseo femenino.
Yo esperé que
usted denunciara el juego, arrancase esa careta compungida... pero tras un par
de preguntas dejó que nos despacháramos y cuando llegó el final hizo apenas un
brevísimo resumen invitándonos a regresar a la semana.
No vendré, ya lo
dije. Porque por alguna razón -quizás el clima del consultorio o por su
atención planeando sobre nosotros- yo (me) oí decir otra cosa. Distinta de las
agotadoras charlas previas con él... Y mientras se acercaba la próxima
entrevista, esa otra cosa trocó en una decisión que ojalá, al contrario de la
verdad, sea definitiva.
Me bajo del
concurso. No me interesa ser Miss La Elegida. Merezco algo mejor.”
Es parte de la
carta. El resto pertenece a la intimidad de esa mujer valerosa que en cuanto la
conocí me demostró ser. Ella tan sólo necesitaba escucharse y dejar de escuchar
exclusivamente al otro.
Todo bien, Marta. Pero esa idea de "allá está la vida y sus habitantes" es un lugar demasiado común de quienes combaten el psicoanálisis oponiéndolo a la vida y sus habitantes.
ResponderEliminarUn saludo,
L.
Luis: en efecto, el personaje esgrime un argumento remanido.
ResponderEliminarCuando comencé a atender mis primeros pacientes, estuve a punto de desarrollar una antena para sus lugares comunes.
Por fortuna, de inmediato vi -como paciente yo misma- mi necesidad de usar lugares comunes para lo que no podía aún o no lograría nunca decir. Y que quizás jamás encontraría palabras mejores para hacerlo.
Ese reconocimiento me vacunó contra la fobia a los lugares comunes, incluyendo los literarios.