8 de agosto de 2012

UNA VEZ


                                 
              
Viajo en tren. La ventanilla corre a la par del paisaje. Vengo de visitar a Jacob, el que fuera mi maestro. Añares que no lo veía.
En algún momento cerró su consultorio de analista renombrado recluyéndose a pintar y explorar riachos. Vive con una ama de llaves, dos gatos, una camioneta robusta y abundante parafernalia informática en una casa escoriada en la ribera.

En el pasado tantas veces discutí con él. Tantas. Fuera y dentro de sus seminarios cuestioné los principios tan principales que pretendía trasmitirnos. Yo era una participante incómoda, lo sé, resistiéndome a tragarme la fe, una fe encubierta; horrorizada ante algunos compañeros–bisoños y utopistas como yo- otorgándole siempre la razón. Cuando le planteé a Jacob que sus clases eran inadecuadas para mí, buscando una forma discreta de retirarme, no lo permitió. Con ese tono mesurado pero austero pero filoso adujo que debía soportar nuestra disimilitud, que me sería útil para afrontar las renuencias del oficio.

Jacob mismo sirvió el té en la veranda, con scones y pan de pasas, sin dejar de hablar y hablar tal si retomase una charla jamás interrumpida. Aprendí mucho de ustedes, dijo. No hubiera soportado la viudez sin ustedes, dijo también. Y cuando mi hijo se mudó al extranjero y quedaron las llamadas telefónicas como magro consuelo necesité más aún vuestras dudas y rezongos: supongo que olvidé agradecerles.
Y entonces me puse a llorar. Y Jacob, que en sus seminarios nunca abandonó esa distancia que impusiera, me abrazó tanto tiempo como necesité para llorar estos quince años de lejanía.
Luego se impuso el silencio. Pájaros surcaban el cielo desapareciendo en el horizonte y el horizonte desapareciendo en la niebla del río.
A la hora de partir se ofreció a llevarme hasta la estación. En el camino Jacob aseguró que vivir una sola vida encadena. Yo no estuve de acuerdo con él. 


5 comentarios:

  1. Un microrrelato de factura perfecta y, en este caso, hasta poético.

    Jacob ha sido y sigue siendo una persona importante en tu vida.

    Seguro que tras su hermetismo, necesario para el personaje que represantaba, se esconde un hermoso corazón con patitas.

    Dale un beso de mi parte. Gracias por compartir tus experiencias con nosotros, bss

    Ann@

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  2. Anna: gracias por tus palabras.
    Lástima que la realidad imite a la ficción, pero no siempre logra hacerlo del todo.
    No he tenido en mi vida un Jacob. Pero al menos lo tengo en la ficción y un "corazón con patitas" le hará bien a la voz narradora. Y a la que narra también.

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  3. Marta, no sabés cuánto disfruto de estas narraciones...quería decirte que Elegir fue muy especial para mi ya que apuntó a una reciente realización personal...como se dice en inglés, very poignant...gracias por traernos estas viñetas de la vida...y te cuento que disfruto mucho de Inquietud, estoy a poco de terminarlo. Un gran saludo, Violeta Balián

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  4. Violeta: yo disfruto de tu lectura.
    "Elegir" alude a esa expectativa de salirnos de cierto lugar en que hemos quedado atrapados. Y en "Una Vez" el encuentro con la propia rigidez de uno y de otra, remite también a ese encadenamiento.
    Inquietud: escribirla fue una delicia ¡mi primera novela! Y una vez publicada se convirtió en un puente delicioso con la gente; este blog surge para mantener el puente tendido. La nueva novela está lista.

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  5. Marta, me gustan tus historias.Además de escribir dice tu biografia que pintas ¿son estos tus cuadros que muestras? porque no tiene firma. Felicitaciones. Juan Carlos

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