2 de febrero de 2014

LO QUE PASÓ





Se encontraron de casualidad Roque y Damián. Roque es viudo, Damián sigue ampliando su prole. Si bien jamás se contactaron tras el episodio aquel y desde entonces lograron ignorarse, esta vez mediante un breve gesto acuerdan sentarse y conversar.
 –Pasaron doce años- arrancó Damián.
- Once y siete meses, para ser exactos. Pero ella en Octubre pasado…
-…me enteré. Sí, me enteré pero no fui al velorio, bueno, por razones obvias.
- Podrías haber participado, a lo mejor incluso te hacía bien –Roque se cuida de no llorar.

Roque y Damián se conocían desde la escuela, vagoneaban en la misma cuadra, emprendieron noviazgos casi a la par, pasaron juntos las vacaciones en la playa con sus familias. 
Fue en uno de esos viajes -o antes y nadie se dio cuenta- que comenzaron la mujer de Roque y Damián a acostarse. Sexo de apuro, más adelante inventar tiempos y mentiras para reunirse. Y un día, un día cualquiera, ella, quizá enojada quizá borracha, se lo confesó a Roque evitando eufemismos aunque negándose a pormenorizar duración o detalles del asunto.
El matrimonio de Damián se astilló, se quebró, se divorció; y él al poco tiempo se casa con otra -no era ni más joven ni platinada ni turgente como el clisé marca- y se muda a otra ciudad.
En cambio Roque y su esposa siguieron juntos, acumulando fantasías de venganza, calmas artificiales, deserciones pospuestas. Y cuando ella se enfermó, cuando fue preciso cuidarla y tranquilizarla, Roque la cuidó y tranquilizó hasta el final sin obligarle a confesar duración ni detalles.

Roque dejó un mensaje en el contestador automático de mi consultorio. Dice: aunque odio hablarle a una máquina no quería dejar de contarle que me topé con el innombrable y resultó tal como lo veníamos trabajando en sesión: ya no me importa él ni ella ni lo que pasó.





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