Se encontraron de casualidad Roque y Damián. Roque es viudo, Damián sigue ampliando su prole. Si bien jamás se contactaron tras el episodio aquel y desde entonces lograron ignorarse, esta vez mediante un breve gesto acuerdan sentarse y conversar.
–Pasaron doce años- arrancó Damián.
- Once
y siete meses, para ser exactos. Pero ella en Octubre pasado…
-…me
enteré. Sí, me enteré pero no fui al velorio, bueno, por razones obvias.
- Podrías
haber participado, a lo mejor incluso te hacía bien –Roque se cuida de no llorar.
Roque
y Damián se conocían desde la escuela, vagoneaban en la misma cuadra,
emprendieron noviazgos casi a la par, pasaron juntos las vacaciones en la
playa con sus familias.
Fue en uno de esos viajes -o antes y nadie se dio
cuenta- que comenzaron la mujer de
Roque y Damián a acostarse. Sexo de apuro, más adelante inventar tiempos y mentiras para
reunirse. Y un día, un día cualquiera, ella, quizá enojada quizá borracha, se lo confesó a Roque
evitando eufemismos aunque negándose a pormenorizar duración o detalles
del asunto.
El
matrimonio de Damián se astilló, se quebró, se divorció; y él al poco tiempo se
casa con otra -no era ni más joven ni platinada ni turgente como el clisé
marca- y se muda a otra ciudad.
En cambio Roque y su esposa siguieron juntos,
acumulando fantasías de venganza, calmas artificiales, deserciones
pospuestas. Y cuando ella se enfermó, cuando fue preciso cuidarla y
tranquilizarla, Roque la cuidó y tranquilizó hasta el final sin obligarle a
confesar duración ni detalles.
Roque dejó un mensaje en el contestador automático de mi consultorio. Dice: aunque odio hablarle a una máquina no quería dejar de contarle que me topé con el innombrable y resultó tal como lo veníamos trabajando en sesión: ya no me importa él ni ella ni lo que pasó.
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2 de febrero de 2014
LO QUE PASÓ
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