15 de febrero de 2014

TRAEN LO QUE TRAEN






Ochenta y siete años y viudo. Maricarmen aceptó la opinión médica e internó a su padre. Él ya no habla ni reconoce, aun así Maricarmen lo visita y le lee y le acaricia las manos, manos que adoró, manos que impelían la hamaca hasta el filo de las jacarandas.
Un domingo, uno de esos anodinos, ella se da cuenta- o lo sabía de antemano- que ha permitido que el retraimiento se ensañe con tal de cuidar al viejo, viejo que no concebía administrarse o la necesitaba cerca o simplemente era un carcelero del deseo. Cincuenta y tres años y soltera.

En el geriátrico se festejan los cumpleaños del mes en una fiesta única. Los familiares traen lo que traen. Maricarmen, por ejemplo, llevó  valses y los tocinitos de cielo. Hubo un mago y una señora cantando y la enfermera de turno leyó un poema cursi, cursi. Después las visitas se sentaron en el patio techado a desgranar anécdotas de cuando las infancias eran fáciles y dóciles, y los viejos todavía no lo eran.
Elías, sesenta años y separado, se ubica junto a Maricarmen: ya la tenía avistada pues él a veces -raras, apenas- pasa a saludar a su madre. Disimularon las risas, las sonrisas. Sonrojo y confidencias. A la hora de irse la despedida fue informal pero intensa pero incierta.
Maricarmen indaga suficiente hasta localizarlo. Lo invita al cine y a ese banco frente al río que ella considera propio y secreto. 
Hicieron el amor sin aspavientos, inventando caricias en tanto se arracimaba lo que no se había dicho ni se diría; tampoco repararon que así pasaban una noche y un día y casi el otro.

-Te digo lo que siento -propone Elías, psiquiatra amigo y compañero de tertulia.
- ¡Por favor!
-Siento que es la esperada porque no quiere salir corriendo.
- ¿Y usted, mi querido? – lo apuro.
-No puedo asegurarlo.






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