Nos encontramos por casualidad, al mediodía, en una exposición. Issy
solo, yo con mi familia. No nos veíamos desde que fuimos docentes en la misma
cátedra. Sabía que enviudó hace mucho, que dejó la profesión, pero nada más.
-¿Ya almorzaste? – deseaba invitarlo a compartir la mesa con nosotros.
-Almorcé temprano porque fui al cementerio. Ahora voy seguido…
Tras el entierro de su pareja –la que adoró la que amparó la que arrulló-
rehúsa visitar la tumba.
Cursando el luto sigiloso, se da cuenta que ha olvidado la fecha exacta
del fallecimiento. Tiene presente el año, por supuesto,
pero no el día, pero no el mes.
Pasó a rebelarse contra esa abolición de la memoria; y a pensar en ello
sin pausa, para estar en pie, para sobrellevar la escaramuza cotidiana. La
obsesión es estoica. Intentó parar: por momentos la cabeza desatascada y
de inmediato vuelta atrás. Un fin de semana contenido y sin embargo una original,
sólida excusa compelía a rumiar. Hasta que el otoño pasado su hermana lo
conmina y acompaña hasta la puerta, tan solo hasta la puerta, del cementerio.
La tumba limpia con el chaleco, con el saco la abrillanta; desaloja
hierbas y hierbajos que la circundan; reúne las pequeñas piedras que dejaron
los que, quizá, nunca habían olvidado la fecha. Dijo su nombre y los nombres del amor. Rezó,
que no solía. Y se puso de rodillas cuando el dolor flaqueó.
-Mi mujer tenía alas, pero la muerte empuña un cazamariposas.
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18 de agosto de 2014
EL DÍA, EL MES
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"Mi mujer tenía alas, pero la muerte empuña un cazamariposas". Una forma perfecta de delinear la muerte, que no mira, que no ve, que solamente se lleva. Hermoso, Marta.
ResponderEliminarQuerida Ana:
ResponderEliminarla muerte, la artera, la que asalta, la que a destiempo urge, nos urge. Lo sabemos, sí. Pero qué sirve saberlo.
Dicen que estar listo, sirve. Quién quiere estarlo.
Parece que la paz te acoge. De qué paz estamos hablando.
Un abrazo, y muchas gracias por tus palabras.