|
Primera entrevista de Tomás, un hombre de mediana edad, mundano, afable.
En cuanto hice la primera pregunta, me
contó despacio, sin pausas, sin gestos.
-Vivo solo como arácnido, en una casa umbría con mi discreta colección
de incunables; trabajo desde siempre en un anticuario. Antes de eso hay una
mujer y una hija. Mujer rubia, bailarina clásica en compañías siempre innobles: sarta
de esqueléticas, tetas huevo frito y andar de pato como si llevasen las
zapatillas de punta en la punta de los pies. Yo era entonces -continuó- un estudiante desheredado,
un mocoso. Tuvimos una hijita por contingencia y desidia y nula
curiosidad por ese mínimo bulto que se armaba. Y mínimo llegó hasta el día
del parto en un dispensario cercano; ya había asomado la cabecita en cuanto
subimos al colectivo. Nos recibió un estudiante de medicina de manos
temblorosas parapetado tras una enfermera demasiado ocupada para responderme
si todo iba bien. La niña, a la que pusimos Maga por obvias razones, en
ningún momento abrió los ojos, tampoco abrió los puños, y murió a los dos
días por sufrimiento fetal. O sufrimiento de vida pues no succionó aunque la acerqué a la madre para que participase de ese simulacro de amamantamiento
donde no se sabía quién alimentaba a cuál. De nuevo a casa en el mismo
colectivo. La rubia preparó la cena y después un bolso prestado donde cabía
poco y se fue y no dijo adónde ni supe averiguarlo. Y ni quise. Y porque entonces
no quise es que la vengo a consultar.
|
|
|
|
|
foto: Rolf Rempel
Recordé mis años con las punteras rosas y los dedos ensangrentados; llorosa hasta las uñas. Todo me daba miedo y sucedió algo parecido con mi bebita: ella tampoco abrió los ojos. Muy bueno querida amiga. Un abrazo, Anna
ResponderEliminarQuerida Anna, tarde pero no quería dejar de agradecerte tu imprsionante comentario, tu dolor y la memoria del dolor que compartiste. En puntas de pie por la vida, ya sabes como es. Un abrazo.
ResponderEliminar