No es un hotel
de lujo, algo simple en un lugar intrascendente de playa y dos cuadras
asfaltadas. Mily se encerró
allí porque un desamor se olvida lejos y eso es lo más apartado que da su
presupuesto.
Walter atiende
su kiosco justo enfrente: si bien odia la estridencia solar y a las familias
lagarteando, la venta de ojotas y bronceador salva el año. Asimismo ofrece
libros aunque eso no viene al caso en esta historia.
El miércoles,
tras días de desvelo y lágrima, Mily recorre el kiosco en aras de no sabe
qué, pero algo. Walter controla. Comprende lo que ella busca porque él lo ha
buscado antes y en ese buscar recaló en esa playa en ese kiosco el que quería
ser escritor y ha desertado.
A punto de
retirarse Mily, Walter la ataja: vea si el mar tiene algo para decirle, y si
así fuere pase a contármelo que también me hace falta.
Obedece. Va al
mar. Y regresa y refiere. Mily apila hoyuelos, él porta esa voz ronca y
honda.
Pasan juntos la
noche. Ella sollozando cuando la enlazaron y entretejieron, Walter gemía en
cuanto ella franqueó y envolvió y retuvo.
Ha llovido.
Alcatraces y cormoranes se dirigen hacia el oleaje que irrumpe el cielo. Sin
palabras, quién las precisa. Ella no piensa en partir por ahora. Él va a
rogarle que se quede pero lo hará más tarde, a lo sumo mañana.
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1 de octubre de 2016
A LA MAR
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