1 de octubre de 2016

A LA MAR






No es un hotel de lujo, algo simple en un lugar intrascendente de playa y dos cuadras asfaltadas. Mily se encerró allí porque un desamor se olvida lejos y eso es lo más apartado que da su presupuesto.
Walter atiende su kiosco justo enfrente: si bien odia la estridencia solar y a las familias lagarteando, la venta de ojotas y bronceador salva el año. Asimismo ofrece libros aunque eso no viene al caso en esta historia.

El miércoles, tras días de desvelo y lágrima, Mily recorre el kiosco en aras de no sabe qué, pero algo. Walter controla. Comprende lo que ella busca porque él lo ha buscado antes y en ese buscar recaló en esa playa en ese kiosco el que quería ser escritor y ha desertado.
A punto de retirarse Mily, Walter la ataja: vea si el mar tiene algo para decirle, y si así fuere pase a contármelo que también me hace falta.
Obedece. Va al mar. Y regresa y refiere. Mily apila hoyuelos, él porta esa voz ronca y honda.

Pasan juntos la noche. Ella sollozando cuando la enlazaron y entretejieron, Walter gemía en cuanto ella franqueó y envolvió y retuvo.
Ha llovido. Alcatraces y cormoranes se dirigen hacia el oleaje que irrumpe el cielo. Sin palabras, quién las precisa. Ella no piensa en partir por ahora. Él va a rogarle que se quede pero lo hará más tarde, a lo sumo mañana.



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