Volví de
las vacaciones. Enorme cantidad de mensajes me esperaban. Comparto el de mi paciente
Gery:
“Antes
de obnubilarme con convites y pan dulce, y a punto del abarrote de votos para
el nuevo año, me pregunté si algo -algo real aunque minúsculo, aunque
desapercibido- podría hacer para que ya no se engañe, maltrate o destruya a
la gente. A toda la gente. A tanta gente.
No he dejado
de buscar respuestas, créame.
Pero en
el mientras tanto me propuse una mínima tarea que usted quizá considere
ingenua, obvia. Hasta cursi. Esa tarea es: respetar a los demás. A uno por
uno, a los que tengo cerca o muy cerca, a los que me cruzo en los trajines
simples de cada día.
Imagino
su cara. Imagino esa forma suya de levantar apenas una ceja cuando supone que
me estoy lanzando a rebasar en rojo.
Quédese
tranquila: tengo claro que no puede ser un gesto aislado. Y que no se trata
de condescendencia. O falsa simpatía. No es ganarse algo a cambio, ni es
andar de salvador o propinando recetas. No es ensalzar, ni lisonjear. No se
trata de soltar lugares comunes, dar palmaditas.
Y qué sí
es, supongo que querrá averiguar.
Y yo le
aclararé que no lo sé.
Y no lo
sé porque cada uno tiene ha de concebir la propia forma de respetar al otro.
Crear esa forma y ejercerla con pasión para entonces ver qué sucede, qué nos
sucede.
¿Dejarán
por eso de violentar o devastar en nuestro derredor o en el resto del mundo?
Tampoco lo sé, pero por algún lado hay que comenzar.”
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3 de enero de 2017
DOS MIL DIECISIETE
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