La mató, llamó a la policía y se entregó. Karin (8 años) estaba ahí. Gritó sin lágrimas. En gritos corre a refugiarse en la abuela llevándose de su mamá tan sólo un calendario con esa foto de Manhattan, los anteojos de leer, una libretita en desuso. Al padre jamás volvió a verlo ni nombrarlo.
Veinte años después llega a mi consultorio; bella, agacelada, cintas al aire sus manos; un discurso escoriando hacia la apatía. Consulta por insistencia de su ginecóloga pues no duerme ni intenta dormir, adictada a las mediasnoches. Su rutina: largas jornadas de trabajo, cenar sumida en Internet, escasos fines de semana con amigas, algo de sexo.
A medida que avanza el tratamiento comprende que insomnio es texto y en él encuentra palabras que recuerdan haber sido percepciones. Acepta que sus almohadas son indolentes, que urge un edredón enguantador. Y quietud. Y penumbra. Y armisticio.
Entonces apareció el dormir, a trompicones, entrelineado, aunque le teme; ya los sueños son sueños soñados e incluso hubo una siesta y dos y tres.
Detrás y despacio construye en un rincón de la cómoda una hornacina -meca de la memoria- apilando aquel calendario más anteojos más libretita. En cuanto las tardes caen allí se instala a ¿conversar? con la madre sobre naderías desde dobladillos en hilván a visitas por concretar.
Entonces apareció el dormir, a trompicones, entrelineado, aunque le teme; ya los sueños son sueños soñados e incluso hubo una siesta y dos y tres.
Detrás y despacio construye en un rincón de la cómoda una hornacina -meca de la memoria- apilando aquel calendario más anteojos más libretita. En cuanto las tardes caen allí se instala a ¿conversar? con la madre sobre naderías desde dobladillos en hilván a visitas por concretar.
Al fin viajó a Manhattan. La vio, la nombró.
Y compra para regalarme la tetera china de porcelana negra con la que me sirvo el té mientras esto escribo y con la que sirvo el té a los alumnos o colegas que asoman por mi consultorio. Siempre con esa tetera porque el recorrido de Karin ennoblece.
Marta,
ResponderEliminarUn ejercicio psicológico para la memoria, como Memento, vuelves atrás sin saber de dónde vienes, insomnio sin motivo aparente, los por qués descubiertos, las ausencias vividas.
Disfruté leyéndolo: padecí insomnio durante varios años. Besos,
Ann@ Genovés
Anna: como siempre, gracias por tus palabras.
EliminarSí, quién no ha pulseado con el insomnio: renuncias propias y ajenas por comprender, elecciones por rumiar, respuestas por dirimir.
Karin además tiene que des/andar un camino con extrema valentía. La tetera es un comienzo y la analista cree que podrá acompañarla.
Marta: Quedé estupefacta ante la velocidad y la forma en que desde el armisticio llegas hasta la tetera que "ennoblece".
ResponderEliminarUna historia estupenda. Te felicito.
Muchas gracias.
EliminarLa ficción permite esa rapidez.
Desde el feminicidio a ese viaje inaugural pasando por descifrar los textos del insomnio, de seguro el recorrido ha de ser lento y pesaroso.
El personaje de la paciente parece tener la fuerza para concluirlo.
Muy buenos tus textos, Marta. Es cierto que la narración en primera tiene sus riesgos, pero también sus ventajas: ¡se vuelve tan creíble lo que narrás! Un gusto leerte. Besos
ResponderEliminarOlga: muchísimas gracias por tus palabras.
ResponderEliminarLa primera persona me ha permitido que afloje el puño pectoral del desasosiego que acompaña a veces -a veces, digo- la práctica de mi oficio.
Se cuela la ironía, por suerte.
Pero siempre campea la ficción: así preservo a todos los que me confiaron sus pareceres y padeceres. Cuido mucho que ni las vivencias, nombres, circunstancias u otros detalles pertenezcan a ninguno de mis pacientes.
Un abrazo, hasta pronto.