Toda historia permite distintas
versiones. Detalles. Realces. Ocultamientos.
ME ENCANTÓ, la útlima historia que narré, quizá, quizá digo, amerita ser contada desde este otro ángulo.
Leonor, 44 años, soltera. Probó diversos oficios hasta recalar en la
jardinería y emplearse en un invernadero pequeño e innoble.
Vive con la madre y su tercer marido; come con ellos en silencio, con
eufemismos les responde. Los lunes al cine con una amiga. Viernes plancha y
manicura. Fuma. Fuma negros. Bautizó como Kiky al celular que acaba de
comprarse.
Tuvo un primer amor y la desilusionó como suele. Lo sabe: amantes
apasionados que renunciaron a todo por estar contigo de golpe ni te miran, o
salen disparados a citarse con una señorita en la propia esquina de tu casa. Leonor
odia el futuro.
Fue una casualidad. En la sala de espera de un dermatólogo. Hubo que
aguantar. Él la ojea con descaro. Leonor preocupada por si el maquillaje
logró tapizar ojeras y el autoteñido las canas. Él parlotea de cosas
imposibles y de golpe le pide el teléfono. Ella recelosa se lo da. La invita
al cine. Como es lunes acepta. Tras la función propone caminar cerca del
río. A Leonor le parece una idea trillada pero accede. Él desmenuza cada sonata que,
según confiesa, prefiere escuchar solo y en sombras. Ella describe su trabajo como si
le entusiasmara. Salen una segunda vez y la besa. Leonor lo abraza temiendo desilusionarlo. La invita a su departamento. Leonor aprecia la mesa con velas aunque deplora la comida. Quiere hacer el amor de inmediato y ella lo ataja.
Apura y ella refrena. Al día siguiente, tras recibir innumerables mensajes
Leonor finalmente le responde. Le regala un libro. Le regala su concierto
favorito. Le regala una muñeca que quiso tener de niña.
Leonor se declara encantada pero cauta: no vaya a ser que lo que viene sucediendo con Isaías sea una fantasía, una de esas que deja hambrientas a las mujeres.
foto: Genoveva Ayala |
30 de mayo de 2014
ME ENCANTÓ - segunda versión
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Doloroso y frecuentérrimo. A él parece que el encuentro no lo puede comprometer a quedar hambriento, a ella parece que el encuentro no le permitiría no quedar hambrienta. Ambos no lo saben pero se pierden, él con su falta de pudor y paciencia, ella con su certeza de que él será lo que a ella le falta y le volverá a faltar luego del primer encuentro. O, que seguramente va a renovar y empeorar la soledad que ya tiene y siente.
ResponderEliminarAnte todo, Gustavo, te agradezco tu entusiasta y estimulante lectura.
ResponderEliminarMe propuse mostrar las dos versiones del mismo encuentro para resaltar la dolorosa y particular forma de andar en punta de pie de cada uno. Par de hambrientos.
Ambos querrían saciarse pero para eso deberán pasar por encima de sí mismos.
Querrían creer que el otro es un Otro posible, pero para eso sería preciso aventurarse y ¡quién se atreve a aventurarse en el amor!