Alumna de mi seminario, Maricarmen busca siempre quedarse unos minutos cuando ya el resto ha partido. Se recibió de psicóloga y aún no ejerce. Tengo miedo, dice. No estoy lista, insiste. No lo estaré nunca, remata. Recién anoche me contó parte de su historia y pude empezar –solo empezar- a comprender qué la inhibe.
Maricarmen gemela de Guadalupe. Gemelas y arrebatadas. Guada astuta, la
otra retraída. Retoños de una familia española que ha hecho fortuna y se
guardan ese aire de estar de paso. Dignidades, turismo de lujo, sigilos.
En su fiesta de quince Maricarmen dejó las muñecas; se procuró un novio
enamoradizo y persistente con el que se casó y tuvo hijos.
A cambio, Guadalupe jamás presentaba novio, y no presentaba porque su
amor era el propio tío, casado y con descendencia. Ella salía poco, siempre de
guardia; y si bien estuvo dispuesta a ser madre soltera él insistía en que
“la sangre tira pero también embarra”. Y entre tanto la tía soportando cuando el
señor partía a misteriosos viajes o su secretaria modificaba historias sobre
la marcha.
Los descubrió Maricarmen de causalidad, saliendo de un supermercado. Logró acecharlos sin ser vista: he ahí su gemela sobando al tío hasta dejar
muda a la fisgona, y pudo también observar cómo le acariciaban sin prisa los
senos a su hermana, en pleno estacionamiento, a todo verano, en flagrante
irreverencia.
Murió Guada a los 31 años. Cáncer de útero. Un año de quimioterapia,
incontables idas y venidas al hospital; a punto del final eligió esperar en
su casa. Maricarmen no pudo acercársele, consolarla, por la
inconfesable sensación de que esa enfermedad había llegado para poner las
cosas en su sitio.
Fue Maricarmen la que organizó las ceremonias de la muerte con el círculo
más íntimo. Y fue ella la que telefoneó a la oficina del tío a fuer de
hostigar al enfangador de vidas, pero cuando lo escuchó ni pudo amonestarlo. ¿Cómo está tu familia? Bien, contesta él a punto de llorar. ¿Y tu trabajo?
Bien, contesta él a punto de llorar. Te doy mi pésame, dijo ella, y cortó
antes de recibir respuesta.
|
foto:Genoveva Ayala
Qué raro es el amor. Qué injusto, pero sobre todo qué raro. Me gustó mucho!
ResponderEliminarAna, muchas gracias por tus palabras.
ResponderEliminarSí, el amor qué raro es. O puede llegar a ser. E imprevisto e impredecible. Arrollador.Y en ocasiones -a pesar de uno mismo- endemoniado.
Pero también el amor, a qué negarlo, puede ser tutor y curandero.